Sus manos generosas, como la sombra del vuelo de una paloma.
Su mirada directa; la mía lo intimida.
Se deja mostrar solo y su benévola sonrisa se tuerce.
Y eso me pone contenta.
Sus besos son el asesinato dormido para la belleza o el niño que se duerme en ella.
Su andar es de a poco. Convulso pero sosegado.
Somos el canto de un gallo a la medianoche. Una fotografía.
Somos la constancia de un recuerdo memorable y el paso agitado y lento.
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