domingo, 4 de diciembre de 2011

La inquietud de fin de año.

Explota desde el centro de la cabeza. En el punto medio donde se vuelve núcleo y corazón de la misma. Estalla desde el carozo, traspasando la membrana; la corteza. Impide el rumbo y por el contrario, vuelan semillas de pensamientos.

Fue un minuto. Ese mismo donde las cosas volvieron a mí como corriente sin preaviso haciendo torcer la escápula. Casi todos los momentos más sustanciales de este año en cuanto al devaneo se hicieron presentes como repetir la sensación de aquellos días. Había sido en realidad preavisado y, teniéndolo en cuenta, no lo había asumido hasta el día de la fecha. La turbación y el desasosiego de fin de año hacían que mi estómago reclutara polillas histéricas, aleteando afanosamente. Y era de costumbre terminar la anualidad con ese asombroso miedo. Por eso sentí, sin hipar ni suspirar, que aunque hubiese dado frutos en cuanto a aprendizajes experimentales de la predilección, la mente, el cuerpo y la vida misma, el fin de año era una de las cosas que todavía componía o gestaba inquietudes en mi totalidad.
Advertí, como quien pronostica una leve aguanieve, que el próximo año vendría cubierto de chocolatines blancos y airosos. Donde mi mente iría más allá de toda semejanza y que al fin, podría minimizar mis gastos sociales para dedicarme sin más a la magia emergente. Sería un año sin trampas ni olvidos; meticuloso y oriundo. Único en su especie, color glacial, hijo del océano y de la fragmentación helera. Algo me avisaba el viento, pero no estaba segura de qué.
Mi percepción acapara menos de lo que crecería para ese entonces y el amor…es siempre lo que queda pendiente. Lo que no resucita, por que nunca muere. ¿Qué será de su concepto, en mi propia visión, a partir de un domingo inquieto con regocijo desprevenido y dentadura limitable? Filantrópica honrilla (generoso orgullo). Flirtear esquemas o seres humanos, recibiendo respuestas atómicas en cualquier lugar, en cualquier medida. Pero a su tiempo.

Ese minuto rodeo aún, más conjuntos de segundos, e hizo que el mediodía fuera intenso: con ganas de aislarse y sin poder. Ahora voy a tener que despedir mañanas de ver a las mismas personas o al menos, tener la certeza de que allí podría encontrarlos. No es un adiós futurístico o concluyente, sino un adiós provisorio de lado. De sitio.
Y así estalla desde el centro de mi cabeza, el año que fue y el apogeo del miedo, por el devenir.
  Es la transformación de la sensación anual dorada a la mística del hielo dos mil doce.

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