viernes, 13 de mayo de 2011


A veces mi introspección se asemeja al lapso mínimo que dura una llovizna interrumpida. Hasta mis ideas se pierden en cuanto acaecen en mi cabecera. Suelo escribir las mismas cuando aterrizan repentinamente, luego de haber sido convertidas a comprensiones tras un largo recorrido de adquisición erudita. Los conceptos vierten respuestas e imágenes que se traslucen entre el cerebro y los ojos. Ese velo traslucido se titula alma. Ánima y espíritu que acude y es espectador del mismo, cuando se refleja un pensamiento en el resplandor de la pupila.
Se tiende la imagen en las sogas de la “realidad” y se dejan abatir las gotas de la fantasía, escurriendo esta, y alcanzando la máxima expresión de delirio e incomprensión. Como si fuera un reflector propio de nuestra imagen mental en la extravagante existencia, dejamos que se apodere de la hipnosis cerebral, y nos desplomamos en el embuste. A veces hasta de esto me contradigo e interrogo: si es parte de la fe creer en algo  estando en propia creencia de juicio y viéndolo como indiscutible y hasta imposible de rever.
Mantengamos el ramo intacto y sin presiones mientras nuestros ideales nos lleven a buena bahía.

Mi músculo favorito es el pectoral mayor, se trata de aquel que interviene en los abrazos. Sos parte de una caricia constante, una sensación distante y un ritmo agitador. El enrosque del alambre mental y el malestar cretino que generas en lo que me dejas. Pero también sos parte de una raza sugestiva e irónica, que muestra fuerza, pero no es más que otro aprendiz. Y recortaste el calor que atesoraba, permitiendo frente al descuido, el origen de una mente en frío. Pensar en frío, hablar apática y seductoramente. Una inclinación hacía la calidez puede desatar en mi una sensación de desenfreno e impotencia.
Aunque después de todo, descifro en tus ganas, la permisiva retención de calor que aúlla en tu cuerpo. Necesitas de mí frío para dejar huir el viento norte, y yo preciso de tu fuego para no comerme al sol.
No fabricaré un pecado venial mientras vos no te ates a mi cintura. Que seamos dos en el juego del querer y que atravesemos el tablero hundiendo nuestros pies en todas las casillas. Entretanto el peón esté de espaldas, la reina jugará sucio, limpiamente.
Si se te confunde con un hipócrita, perdona mi fariseísmo, por que aunque también lo pienso no puedo resistirme a la apetencia y avidez que engendró la adolescencia

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