viernes, 1 de julio de 2011


Son grandes y traslucidas las marcas de que van dejando. Persisten ridícula e insuficientemente, esparciéndose, de vez en cuando, en la totalidad del frontispicio. Seguramente sean moscones cuyas ramificaciones sean reducidas, y padezcan la esclavitud constante del trabajo hiriente. Cochinillas granate, posiblemente.
Un grupo reducido de insectos que se dedica a punzar mi sien, puede esparcirse, majestuosamente, sin que siquiera lo note. Dejan residuos en forma de picazón tenaz y alardean el centelleo que les concedió el triunfo.

Estoy. Una pertenencia que no se renta, que no muta. Se hez posible estar bien, estar mal, pero siempre vas a iniciar de algún tipo de estado o costura en común. Un régimen, una costumbre o usanza, son factores desencadenantes de la típica respuesta a la habitual pregunta ¿Cómo estás? Estoy. Ni bien ni mal, simplemente, y padezco el hecho de que sea ya rutinario. Pero un acierto o una mala jugada en el vocabulario pueden definirlo a uno o, quizá, presenciar el acto de interrogación personal: ¿Estoy bien?
Paso, inadvertida, de difícil a fácil. De cansada a agota, sabiendo, suavemente, que las medias horas se me hacen cada vez más cortas. Por lo que el cansancio pesa, como los párpados al caer la noche, y quiero mantenerme despierta, si que quiero.
Y pregunto, cuantas palabras gasté y cuántas escrituras te dediqué, para que hoy vengas a interrumpir en mi mente, cuando iba todo por un buen carril. De tu forma golosina, dulzón! De las prácticas y de las tácticas; repartimiento de ósculos disfrutados. Otra vez no. Trato de mantener un orden, pero no lo logro. La sociedad me derrama y empuja, me choca y me hace frenar. El pico mas alto está, solamente, donde tu deseo más lejano alcance. El resto, en orden de inferioridad, son ansias pasajeras pero que difícilmente se las lleve la tormenta. Espero que te quedes ahí y no avances más. (ahí parado)sentadito

Uno de mis escritos, que contiene palabras de las cuales me atrapo:

Alguien mencionó que el atardecer es la cumbre y el comienzo de una emoción. Hallaron sentimientos de color rosados mezclándose con licores ambarinos, ocultos en un occiso. Sí, se había tragado el ocaso. Y en más de una ocasión vieron como la tarde absorbía un cuerpo.
En la cubierta de una edificación, encontré el torso de una mujer, envuelto en un revestimiento engrapado por mariposas infaustas y morenas. Recuerdo haber estado a punto de besar sus pies por el placer que me producía la música que emitían las extremidades. Era deliciosa y diligente, como el deguste de una exquisitez, que perdura sin penumbras. Y sin más, devoré sus cabellos, que estaban compuestos por finas hebras de caramelo que se asemejaban al dorado y formabas cintas de adorno.

Favorecen el tiempo, dicen. Como cuando los guarismos penetran en la retina y los ideales o convenciones sociales se naturalizan, privando al titubeo. Y al fin y al cabo, sólo representan al tiempo. Clepsidra nocturna que haz de morir cuando las agujas se disparen.
Embalar un atardecer no debe ser fácil. Recurrir al oráculo, se podría ver como una forma de entrometimiento y duda, ante la certeza no certera del destino. Si sustituimos tiempo por destino nos hallaremos reunidos en un mismo punto: “que el tiempo lo decida”; “que el destino me lleve”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario